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Full text of "Catálogo exposición 'El tiempo sin tiempo'"

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José Antonio Zamora 

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José Antonio Zamora 

EL TIEMPO SIN TIEMPO 

2020 

CICUS, Sala Casajús. Calle Madre de Dios, 1. 41004 Sevilla 


UNIVERSIDAD DE SEVILLA 

EXPOSICIÓN 

CATÁLOGO 

Rector 

Comisarlado 

Textos 

Miguel Ángel Castro Arroyo 

Francisco Robles 

Luis Méndez Rodríguez 

Director General de Cultura y Patrimonio 

Montaje 

Francisco Robles 

Luis Méndez Rodríguez 

Otto Pardo, Esteban 

Diseño gráfico 


Guzmán e Isidoro Guzmán 

Estudio Manuel Ortiz 

Director del Secretariado de Patrimonio 

Luis Martínez Montiel 

Laboratorio fotográfico 

Impresión y encuadernación 


Foto Supra 

Imprenta Sand 

CICUS 

Rotulación e impresión digital 

© de las fotografías, José Antonio Zamora 


Trillo Comunicación Visual 

© de los textos, sus autores 

Jefe de Servicio 


© de la presente edición, 

José Luis Hohenleiter Barranco 

Enmarcado 

Universidad de Sevilla. CICUS 

Director Técnico 

Velázquez 

ISBN: 978-84-472-3016-7 

Javier Gutiérrez Padilla 


Depósito Legal: SE 876-2020 


Gestión y producción 
de exposición / catálogo 

Domingo González Lavado 



A Enrique Taviel de Andrade y a José Antonio Vitoria 

que me enseñaron a mirar 


A Francisco Robles 



JOSÉ ANTONIO ZAMORA: 

EL FOTÓGRAFO Y SU TIEMPO 

Luis Méndez Rodríguez 

Director General de Cultura y Patrimonio 

Universidad de Sevilla 


L a fotografía es un deseo de permanencia o de pervivencia, desde el momento en que 
un trozo de vida queda atrapado sobre la superficie fotosensible o en la memoria 
electrónica de una cámara fotográfica, un ordenador o una nube. Un mensaje de 
vida lanzado al futuro que perdurará mientras que sobreviva la imagen o no se suspenda el 
servidor donde se aloja. La fotografía también nos cuenta historias de muchas formas, no 
de un modo acumulativo como la narración cinematográfica, sino en apenas un instante 
que convierte una fracción de segundo en eternidad. 

El sentido de evidencia y realidad que emanan ha permitido que confiemos en ellas 
para registrar los acontecimientos políticos y socioeconómicos; otras en cambio son un 
vehículo para atrapar las emociones y la percepción de los que pasaron ante el objetivo 
de una cámara. Unas veces fingiendo desde la impostura. Otras veces sintiendo la sangre 


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JOSE ANTONIO ZAMORA 


en la boca. En su deambular por la historia, las obras de arte nos devuelven al presente el 
tiempo que ha cristalizado en sus formas como fósiles de un pasado perdido, de momentos 
fugaces, de destellos de las vidas que la anidaron y la hicieron posible, de muchas pequeñas 
historias que se han ido adheriendo a su ser. 

Volver a otro modo de contar las cosas es lo que nos plantea José Antonio Zamora en 
esta exposición. Reúne un conjunto de imágenes tomadas en los numerosos viajes que 
ha realizado por la geografía peninsular, recorriendo muchas localidades andaluzas, 
junto a pequeñas poblaciones de Badajoz, Cáceres, Burgos, Zamora, Ávila, Salamanca, 
Ciudad Real, Soria o Santiago. El título de la muestra, El tiempo sin tiempo, es toda 
una declaración de intereses de un proyecto que se centra en lo inmutable, que invita al 
visitante a detenerse y reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre el poder de avenencia de 
la vida y la muerte. Se trata sin duda de una exposición diferente, primero por su autor, 
que se centra en atrapar el recorrido de la vida en las continuas historias que atrapa con 
gran maestría. Y segundo por Paco Robles, que ha preparado la selección y los textos que 
argumentan el sentido de la mirada de Zamora, tejida en un sólido homenaje de lo que es 
la amistad. Valgan estas palabras de reconocimiento y agradecimiento por el trabajo que 
han realizado y que se puede admirar en este catálogo y en esta exposición de contrastes. 
Un recorrido que más allá de su temática, va y viene entre la luz y la sombra, entre el 
blanco y negro y el color, oscilando de la circunspección al estruendo, de la continencia al 
exceso, de la quietud a la sensual efervescencia que guían sus fotografías. 

Zamora muestra una selección de retratos y escenas realizadas durante los últimos años en 
los que ha visitado rincones olvidados o poco transitados del país. Con sus Leica y Nikon 


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EL TIEMPO SIN TIEMPO 


ha registrado la vida, atrapando el sustrato catártico de un paisaje animado de fiestas y 
rituales, de cultos y celebraciones de un tiempo que reincide año tras año. 

Estas representaciones están realizadas con gran oficio y autenticidad, aunque también 
con ingenio y mucha dosis de ironía. Zamora emplea el reducido campo que abarca la 
cámara para recortar un fragmento de la realidad, pero no la convencional de la gran ciudad, 
sino una muy personal. Aquella que se aleja por antítesis de la vida cotidiana, acelerada y 
convulsa, para observar los márgenes, la periferia o el campo deshabitado. Zamora parece 
huir de una sociedad en la que todo corre y se precipita a lo inmediato. Su autor prefiere 
pararse y reflejar el otro lado de lo que vemos, el otro lado de la sombra, precisamente lo que 
no atendemos con nuestra mirada. De tal manera que ese fragmento encierra otra posible 
aplicación de la contemplación, una visión más profunda y dinámica, una detonación que 
nos lleva sin simulaciones a una realidad mucho más amplia de la vida ya sea en los barrios 
de la ciudad, o del tiempo en la pequeña aldea, y que trasciende íntimamente al encuadre 
para catapultarnos a la fuerza primigenia del mito o al eterno fluir del rito. 

Zamora construye sus fotografías desde un armazón sólido basado en un extraordinario 
dominio técnico y compositivo, en una peculiar forma de hacernos ver las imágenes, sin 
grandes artificios, sin esconderse, enseñando las vértebras de su arte que se realiza desde 
la honestidad con la que escoge una imagen o un acontecimiento. Como sus referentes 
Cartier Bresson, Doisneau, Ronis o García Rodero, se vuelca en aquello que es significativo 
estéticamente, pero que también ejerce en el público una especial atracción, una ventana a la 
que asomarse desde la emoción y la lógica hacia algo más allá de la anécdota visual. 

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JOSE ANTONIO ZAMORA 


Por eso su obra se afirma reflejando la vida con toda su intensidad y dramatismo 
buscando el instante decisivo con el que atrapa lo eterno, ya sea en horizontes marismeños 
de inquietantes nieblas de polvo; en paisajes de paredes encendidas de sol; en iglesias 
de vetustas canterías o en interiores de austeras y desnudas maderas. Sus fotografías 
contribuyen a revalorizar la vida, precisamente porque en ellas se palpa la muerte, presente 
en las relaciones inesperadas, imprevistas, inusitadas de personas y objetos, como la niña 
jugando en un cementerio; pero también en aquellas donde la luz es la protagonista, la 
que manifiesta el tema -audaz por ejemplo en la fuerza y coraje del fuego y de los caballos 
reclamando el uso pleno de los sentidos-; hasta otras donde todo el peso de la luz y de 
sus sombras modulan el esplendor estatuario de sus personajes que capta sin necesidad de 
poses premeditadas con su mudo silencio. Sus retratos testimonian la dignidad humana, 
por encima del gesto y del ruido, uniendo al espectador y al receptor en ese bucle del 
tiempo que algunas veces comparten, como el rastro que dejamos en las cosas, en la 
naturaleza o en el halo de una fotografía. En ese ayer que nos es común. 


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EL TIEMPO SIN TIEMPO 

Francisco Robles 


E l oficio del fotógrafo consiste en recrear el tiempo sin tiempo del niño. Fue lo que 
hizo Cernuda en ese poema que le da sentido a toda su obra: Luna llena en Semana 
Santa. Ahí sitúa la Arcadia en la infancia, en ese tiempo sin tiempo donde el niño 
vive ajeno a la angustia que provoca el conocimiento de la muerte. Nacemos con esa an¬ 
gustia, aunque la disfracemos y la ocultemos de una y mil maneras. Durante la niñez, el 
niño no la siente. De ahí la felicidad suprema que le sirve de acompañamiento al proceso 
continuo -otra vez Cernuda en ese poema- para aprender la vida de forma instintiva y 
dichosa. Mas llegará el momento en que el tiempo lo alcance. Y entonces el tiempo ya 
tendrá al tiempo dentro, como una corrosión continua, como eso que Vargas Llosa llamó 
precisamente así: la carcoma del tiempo. 

El oficio del fotógrafo consiste, por debajo de todas las apariencias formales que cons¬ 
tituyen la arquitectura formal de su labor, en fijar el tiempo en su contrario: la imagen. 
Otro poeta lo definió de una forma preclara y definitiva cuando se acercó a su infancia. 
Para Juan Ramón, Moguer era una blanca maravilla: la luz con el tiempo dentro. Al estar 
encapsulado por la luz que no conoce la degeneración que provocan los segundos o los 
minutos, los días o los años, el tiempo no le hace daño al niño que ve en su pueblo el 


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EL TIEMPO SIN TIEMPO 


concepto de lo inmutable. Cada casa era un palacio, y catedral cada templo. Como para 
el fotógrafo. Porque todo puede ser grande o grave, hondo o sublime para quien se acerca 
con los ojos del asombro para fotografiarlo. 

Esto es lo que le sucede a José Antonio Zamora, un fotógrafo borgesiano que cumple 
a rajatabla la premisa sobre la que se sustenta toda la obra del divino ciego. «He dicho 
asombro donde otros dicen solamente costumbre». El artista está movido por el asombro 
o no es artista. Y el asombro, primer paso del conocimiento para los griegos, solo se con¬ 
sigue si nos acercamos al mundo con una mirada limpia, inocente, infantil. El asombro 
nos permite ver la rosa como si nunca la hubiéramos visto, como si fuera la primera rosa, 
como si nunca hubiera existido la rosa. El asombro convierte en muro un simple ladrillo, 
o en jardín un tímido jaramago. El asombro nos permite ver la grandeza que esconde esa 
línea rota del fracaso sobre la que se apoya el mendigo. El asombro es la piedra filosofal 
donde se asienta la fotografía de Zamora. 

Así pues, las dos cualidades que no se ven en la fotografía, y que por eso mismo la verte¬ 
bran, están íntima e inexorablemente relacionadas con la infancia: el tiempo sin tiempo 
y la capacidad del asombro. Zamora no solo fija la imagen, sino que la desnuda de todos 
los artificios que podrían alejarla de su propia naturaleza. Perteneciendo a esa elite de la 
fotografía mundial que son los premiados por National Geographic, este fotógrafo de 
raza nos muestra la realidad tal cual es, sin más retoques que los ajustes necesarios para 
su visión en el esplendor del arte. Zamora huye de esos artificios que están convirtiendo 
cierta fotografía en un cúmulo de postales, en una forma kitsch de edulcorar la realidad 
para caer con todo el aparato por el resbaladizo terraplén de la cursilería. 


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DIÁLOGO CON EL ARTISTA 


«La fotografía es la conjunción del tiempo con la emoción» 

R etratar a José Antonio Zamora es algo tan sencillo como complejo. No es simple ni 
es difícil extraer una imagen del artista. Es tan natural en su forma de hablar, que 
el discurso se confunde con su manera de ser. Si hay alguna palabra que lo defina, 
esa es la serenidad. Charlar con este fotógrafo de raza, de vocación y de corazón es navegar 
por las aguas quietas de la sabiduría bien entendida. No le hace falta hacer alardes de nada 
para dejar su discurso tan asentado como sus fotografías. Lo define la sonrisa inteligente, 
no la carcajada gruesa. La conversación transcurre en un ambiente tranquilo, con silencios 
medidos que sirven para pasar de una página a otra, de una pregunta a la siguiente. 

La palabra objetivo tiene dos significados imprescindibles para el fotógrafo. 

¿Cuál es su objetivo cuando abre el objetivo? 

Lo que me interesa cuando voy a un lugar concreto para fotografiarlo es el modo de vida 
de la gente, sus costumbres. No solo quiero retratar a la persona. Voy más allá. Quiero 
situarla en su ambiente, en su territorio, con sus circunstancias. Sobre todo, en las zonas 
rurales y en las fiestas populares. Podría decir que mi objetivo es retratar cómo se vive y 
cómo se siente en esos lugares. 


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EL TIEMPO SIN TIEMPO 


¿El fotógrafo busca lo exótico y lo pintoresco? 

En mi caso no es así. Yo busco lo natural, lo que fluye de la vida. No me gusta forzar la 
máquina. Además, lo exótico llega muchas veces por añadidura. Prefiero profundizar en 
las costumbres porque te dan la medida exacta del personaje. 

El hombre es lo que hace. Eso está claro en su obra. Pero ese hacer está inscrito en el 
tiempo. Sin embargo, el título de la exposición es un verso de Cernuda que niega al tiempo 
dentro del mismo tiempo. ¿Por qué el tiempo sin tiempo? 

Muchas de las fotos de esta exposición son ajenas al tiempo, parece que no ha pasado 
por allí. No han pasado el tiempo. La Semana Santa de la provincia de Zamora que 
aparece es una fiesta claramente medieval, los siglos se aprecian perfectamente. España 
es tan rica en esas celebraciones ancladas en la antigüedad, que debería conservar ese 
tesoro único labrado a lo largo de su historia. En algunos lugares sentimos la sensación 
de que todo eso se va a perder dentro de poco. Y en otros, desgraciadamente, se ha 
perdido ya. 

«Sé bien lo que es, si no se me pregunta. Pero cuando quiero explicárselo al que me lo 
pregunta, no lo sé». San Agustín de Hipona, uno de los hombres más sabios que ha dado 
la historia de la humanidad, no sabía explicar qué es el tiempo. ¿Para un fotógrafo el tiem¬ 
po es importante o accesorio? 

El tiempo lo es todo. El tiempo en fotografía es un clic, es un instante, pero en ese instante 
está todo. Como decía Cartier-Bresson, el instante decisivo. Cuando aprietas el botón, una 
cosa que sucede en la línea del tiempo se puede quedar congelada en ese punto. Congelada 
y detenida para siempre. Puede volver a pasar, pero ya no será igual. Será otro suceso, otra 


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JOSE ANTONIO ZAMORA 


cosa. El fotógrafo tiene la capacidad de decidir cuál es el momento de ordenarlo a su gus¬ 
to. En ese momento eres un creador. Ahí está la clave artística de la fotografía: más que 
hacer una foto, la creas. 

Estamos hablando mucho del tiempo, pero muy poco del escenario donde se desarrolla 
la obra recogida en esta exposición. Ese lugar es España, la Hispania profundissima. 
¿Cómo es España a vista de fotógrafo? 

Para un fotógrafo que consiga meterse en ella, España es diversa. No tiene nada que ver 
una región con la otra. A veces pienso que las costumbres son tan distintas como las ha¬ 
blas que separan a un pueblo de otro. Lo que me mueve a hacer fotos es precisamente esa 
diversidad, esa riqueza que la ofrecen muy pocos países en el mundo. Y tenemos la suerte 
de vivir en uno de ellos. 

La España profunda es un concepto que ha degenerado en tópico. Se suele emplear, 
como el blanco y negro, para denostar a la España que parece reñida con el progreso y 
que se queda en la antigualla de la tradición. ¿Eso es así para usted? 

Ese tópico de la España profunda tiene mala reputación, y puede comprobarse perfec¬ 
tamente si vemos la película de Buñuel sobre la comarca de Las Elurdes. España sigue 
siendo profunda por las costumbres que se mantienen, pero también es cierto que se ha 
desarrollado mucho y que hay costumbres que se han perdido afortunada o desafortuna¬ 
damente. España sigue siendo profunda en determinados aspectos. A mí, como fotógrafo, 
me sigue sorprendiendo este país que ofrece perfiles fascinantes al fotógrafo, al escritor, a 
todo se acerque a ella sin prejuicios, con la mirada y la mente limpias. 


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EL TIEMPO SIN TIEMPO 


¿Por qué elige siempre a determinados personajes que poseen unas características muy 
singulares? No se parecen a nadie, están sacados de otro mundo, de otra época. Sin 
embargo, usted consigue que los sintamos tan cercanos, que parece que los conocemos 
de toda la vida... 

Porque la persona, el ser humano, es lo que más me interesa. Soy fotógrafo todoterreno, 
he frecuentado todos los géneros: paisaje, reportajes, deporte, medicina, gastronomía, 
bodegones... Pero al final, lo que verdaderamente me interesa es la persona, el modo 
de vida que la caracteriza. Prefiero la foto viva a la naturaleza muerta. Sé que esa foto 
viva es más difícil de conseguir, porque un bodegón lo puedes ordenar a tu gusto. Sin 
embargo, la foto de personajes puede cambiar en un instante: una mirada o una son¬ 
risa son tan fugaces que se esfuman al momento. En mis retratos de personajes en su 
entorno que no posan ante la cámara, he de decidirlo y resolverlo todo en una décima 
de segundo. 

¿Quiénes son sus maestros y sus modelos? ¿Qué Influencias fotográficas podemos atis- 
bar si rastreamos en esta exposición y en este catálogo? 

Para mí, los padres de la fotografía de reportaje en el mundo son Doisneau, Cartier-Bresson, 
Robert Capa o Willy Ronis. En España, donde hay muchos y muy buenos, destacaría a 
Alfonso, a Centelles o a Cristina García Rodero. Además, he tenido la fortuna de en¬ 
contrarme en la vida con dos amigos a los que le agradezco mi interés por la fotografía: 
Enrique Taviel de Andrade y José Antonio Viloria fueron los que hicieron que yo me 
apasionara por la fotografía. Y no solo eso: gracias a ellos dos también pude descubrir a 
los autores extranjeros que para mí eran desconocidos. 


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JOSE ANTONIO ZAMORA 


¿Qué le aconsejaron al joven Zamora que se abría paso en la selva de la imagen? 

Me dijeron que la clave de todo esto es muy sencilla: hacer muchas fotos y ver muchas 
fotos. Y tener tu propio estilo, que es lo más difícil. 

En su obra destaca la edad media de los personajes que retrata. ¿Por qué las personas 
mayores copan la atención del fotógrafo? 

Cuando voy a los sitios para fotografiarlos no sé qué voy a encontrarme. No busco nada 
en concreto, pero las personas mayores me aportan una dulzura y una ternura que no te 
dan los adolescentes. No las busco, me las encuentro, como diría Picasso. 

Se nota que usted está artísticamente obsesionado con extraer el espíritu de las personas 
moldeadas por la vida... 

En el Tercer Mundo se dice que no se sacan fotos, sino el alma a los modelos. Al retratarlos, 
yo intento saber qué piensan y cómo sienten. Y reflejar eso en las fotos, que es lo más difícil. 

Personas mayores en ambiente rural. ¿Por qué fotografía tanto en ese medio y no en otro? 
Me encanta mucho más el mundo rural que el urbano, más prostituido por modas que 
vienen de fuera. Sin embargo, el ambiente rural es más auténtico y me interesa más pre¬ 
cisamente por eso, por la verdad que posee y que destila. Aun así, cada vez es más difícil 
encontrar ese ambiente de la pureza rural porque los pueblos están vaciándose. 

¿Qué quiere despertar en el espectador con estas fotografías? 

Lo fundamental del arte es despertar el interés del espectador, conmoverlo: que la foto¬ 
grafía no le deje indiferente, ajeno a lo que se cuenta en la imagen. Eso es lo peor para un 


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EL TIEMPO SIN TIEMPO 


fotógrafo, que la foto no diga nada, por muy estética y muy perfecta que sea. Me gusta 
emocionar con la foto, que la gente descubra algo nuevo en el exterior y en su interior, que 
se emocione. La foto se ha hecho para verla, no para a guardarla como hace mucha gente. 

Me recuerda su teoría de la comunicación fotográfica a la de Bécquer. Es la misma. Poesía 
eres tú. ¿Sin emoción no hay fotografía que valga? 

Para mí eso es evidente. Y hablando de la emoción, uno de los iconos de la historia univer¬ 
sal de la fotografía es la famosa instantánea de Robert Capa donde aparece un miliciano 
cayendo en combate. Su valor no es técnico, ya que no se trata de una fotografía virtuo¬ 
sista ni mucho menos. Esto demuestra que la técnica es secundaria: lo primordial es que 
la foto provoque la emoción del espectador. 


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EL BUCLE DEL RITO 



EL TIEMPO SIN TIEMPO 


El rito es un bucle, una manera de engañar al tiempo. El bucle consigue que nos creamos la 
metáfora del círculo cuando el tiempo avanza en línea recta, sin tropezar ni detenerse, como 
escribió el poeta. Sin embargo, la liturgia repetida en la cápsula de la fecha concreta que re¬ 
gresa un año y otro año nos crea un espejismo: parece que el tiempo no pasa, que volvemos 
al punto de partida. ¿Cómo se consigue eso? Con la belleza y la emoción. El ser humano 
se refugia en esos contornos de su esencia y abandona por un momento la escuadra y el 
cartabón del raciocinio. Entonces surge la fiesta, que ocupa el lugar que le cede lo cotidiano. 

Zamora se acerca a este misterio con la humildad del sabio, con la humanidad del artista 
que no se cree superior a los demás. En ese error caen los que ven las tradiciones desde 
arriba, pertrechados con las armas de la falacia y del adanismo que los convierten -eso 
creen ellos- en seres superiores que ironizan sobre los rudimentos de los que aún no han 
visto la luz de la Razón. Zamora no hace eso, sino todo lo contrario. Busca el detalle que 
explique la generalidad. Va de lo particular a lo absoluto. 

En estas fotografías aparece algo que emparentó al fotógrafo con el retratado: la mirada. Son 
miradas de emoción que traspasan la imagen fotográfica y comunican. Si las fotos han de 
decir algo para que entren en la categoría de lo artístico, estas instantáneas lo dicen todo. 
Elablan de la debilidad del ser humano ante el misterio de la vida y de la muerte, del rigor 
que impone la penitencia cuando se limpia el cuerpo de la esclavitud que supone el hedonis¬ 
mo, de la autenticidad que vertebra la actitud el penitente, del nazareno, de los peregrinos 
entintados por la arena del camino que no sucumben a la tentación de abandonarlo. 

La mirada siempre está en el primer plano del significado. Al fondo aparecen los elemen¬ 
tos que encuadran la fiesta en el tiempo y el espacio. Las túnicas y las cruces, los capirotes 


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JOSE ANTONIO ZAMORA 


y los antifaces, las imágenes que salen al espacio abierto en una procesión circular como 
el bucle del rito. El fotógrafo se encarga de coagular ese trayecto que va del alfa hasta el 
omega, del principio hasta el fin. Detiene el tiempo y fija el espacio, consiguiendo que esa 
mirada pasajera se convierta en una obra de arte que quedará inscrita en el otro tiempo 
que no pasa: el de la contemplación. 

El artista no busca una belleza superficial, un efecto inmediato basado en el hipismo. 
Tampoco cae en esa cursilería propia del que piensa que la belleza de la obra está en el 
objeto retratado, y no en la forma de retratarlo. Aquí no hay grandes obras de arte porque 
la foto es el arte en sí misma. Zamora no rehuye de las imperfecciones humanas. Como 
hiciera Velázquez con los bufones, les imprime una dignidad que no es moneda de curso 
legal en estos casos. Eleva al retratado hasta el punto de convertirlo en la encarnación de 
esa emoción que nos salva de la mediocridad, de la rutina gris, de la repetición del modelo 
de vida que es la verdadera condena del hombre contemporáneo. Cuando uno se emocio¬ 
na, es cuando uno es verdaderamente uno, y no otro más. 

Estas fotografías hay que mirarlas sin perder de vista el perspectivismo. Ese ejercicio, fun¬ 
damental en el oficio del novelista, nos permite comprender al personaje que aparece en 
el papel o en la pantalla del ordenador. Debemos dejar atrás nuestras creencias y nuestras 
dudas, y entrar en la mirada de quien lleva una cruz, o porta una imagen, o se deja la 
piel en la negrura del camino. Aquí estamos tocando una de las vértebras del arte. Por un 
tiempo acotado pero intenso, nos convertiremos en el penitente, en el peregrino, en el 
portador de una talla que es mucho más que un trozo de madera, o una obra de artesanía, 
para quien la lleva sobre los hombros de su memoria. Zamora lo ha hecho con su cámara. 
Solo falta que nosotros lo hagamos con nuestra mirada. 


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DELA LUZ Y SUS NOMBRES 



EL TIEMPO SIN TIEMPO 


La Luz tiene mil y un nombres. Eso lo sabe el fotógrafo, que trabaja con ella como el al¬ 
farero con la arcilla que le sirvió a Dios para crear el hombre. Solo hay algo que no puede 
crear quien se pone detrás de una cámara: esa luz que le sirve para amasar imágenes y cua¬ 
drar perfiles. Esa luz viaja desde la niebla que suaviza los contornos y apaga las disonancias 
de la forma, hasta la apoteosis que lo engulle todo en la vorágine del fuego. Solo hay que 
ver los caballos alados que desafían al infierno en las fiestas de San Bartolomé de Pinares 
y compararlos con los que se intuyen tras la neblina que forma la arena levantada por los 
romeros que buscan ese otro fuego sagrado en el camino del Rocío. 

Los primeros desafían al fuego que se incorporan a su estampa gracias al fotógrafo que 
capta el momento de la fusión entre el fogoso animal que salta sobre las llamas, y el mismo 
fuego que parece un corcel desbocado. Todo vibra en esas fotos que se salen de las dos 
dimensiones, que arden sin que nadie sea capaz de apagar ese furor de la vida que galopa 
y desafía al control humano que pretende embridarla. Toda una metáfora de la existencia 
cuando la incendian las pasiones que pretendían controlar los estoicos. Los segundos, 
tibios y dóciles a la mano del hombre, caminan de forma segura y serena. Encarnan la 
certeza de quien se sabe a salvo de todo en esa niebla que el poeta Rafael Montesinos 
buscaba en los nombres que la definen. 

Lo apolíneo y lo dionisíaco se bifurcan en esas fotografías de caballos que saltan en el 
corazón del fuego y que se deslizan suavemente sobre la arena que los envuelve como una 
gasa protectora. Las dos formas de entender la vida que ya descifraron los griegos están 
aquí. En San Bartolomé, el color se come a la forma. En el camino del Rocío, esa forma se 
diluye en la niebla. Es el ojo del espectador el que tiene que recomponerlo todo. Y el que 


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JOSE ANTONIO ZAMORA 


tiene que interpretar esa otra apoteosis contradictoria del color que alumbra los rescoldos 
de la muerte en el iluminado cementerio. Fuegos fatuos. Luces que encienden la ceniza 
de la memoria. 

Frente a la muerte, la vida que se abre en los ojos de la mujer pintada. Todo el color, 
todos los colores iluminan el rostro que se abre en las cuencas llenas de vida. Vida y 
muerte. Dios y el diablo en el blando de la virtud y en el rojo sanguíneo de la desme¬ 
sura. Luchan el uno y el otro en el movimiento de Luzbel y en la quietud ordenada del 
Creador. El demonio necesita moverse para hacerse notar, como el fuego que ciega los 
ojos en los saltos ecuestres de San Bartolomé. Sin embargo, Dios está por encima de esas 
demostraciones de protagonismo y camina sin aspavientos bajo el palio que lo protege de 
la luz: como si estuviera en ese otro camino de los caballos que se ocultan o se refugian 
en la niebla y sus nombres. 

Cortázar escribió un relato con un título definitivo: Todos los fuegos el fuego. Sin verbo, 
sin coma. Todos los fuegos son el fuego, como todos los hombres son el hombre. Como 
todos los caballos son el caballo. Como todas las manos arrugadas son la misma arruga. 
Como todos los pimientos de Padrón son el verde de la Naturaleza que nos ofrece la sa¬ 
biduría del campesino. También podríamos decir que todas las fotografías son la imagen 
que el hombre anda buscando desde la sangre que se unió a la roca en Altamira. Al final, 
todas las imágenes son la imagen. Y todos los colores son el color. 


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HISPANIA PROFUNDISIMA 



EL TIEMPO SIN TIEMPO 


La España profunda es la gran desconocida. Manoseada por los ignorantes que la usan para 
arrojar la basura intelectual del tópico, la España profunda es lo más contrario a un verte¬ 
dero. Encarna, aunque algunos no quieran verlo, la pureza decantada por el tiempo. Esta 
España vaciada de caprichos se concentra en la nobleza del trabajo. Hombres y mujeres de 
callos en las manos, de esfuerzo arrugado en sus rostros, de miradas de piedra o pedernal que 
se clavan en el fotógrafo que se atreve a asomarse a la sima donde se concentra lo mejor de 
una nación que conquistó medio mundo gracias a ese supremo valor del esfuerzo. 

Es la España de la pobreza bien entendida, de la austeridad que predicaban los intelectua¬ 
les de la II República, tan alejada del consumismo que nos convierte en autómatas que 
compran y gastan a costa de desgastarlo todo. Estos personajes no fueron esa neurosis que 
los lleva a huir de sí mismos a través de los objetos que compran, o de esa novelería que 
ahora se llama experiencia. No necesitan separarse del terruño para sonreír levemente, 
llevan esa dignidad en el porte que solo pueden tener los que habitan sobre la tierra de sus 
ancestros, sobre la tierra que les pertenece porque en ella aman, laboran y sueñan. 

Esta España machadiana es sencilla y auténtica, sin falsos adornos, sin el oropel que oculta 
o disimula la sobriedad de la piedra, la desnudez del pueblo que no necesita innovaciones 
arquitectónicas para sentirse integrado en el tiempo y en el paisaje, esos dos elementos que 
conforman la Naturaleza. Autenticidad que nos retrotrae a la infancia de esos retratados, 
una infancia que se adivina en el gesto inocente con el que miran a la cámara. Siempre 
estuvieron ahí, en el corral o en el zaguán, en el banco de piedra, en la calle que han reco¬ 
rrido miles de veces en busca del trabajo o del descanso, del sustento o de la fiesta que se 
incrusta en el calendario que marca sus vidas. 


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JOSE ANTONIO ZAMORA 


La vejez es algo inherente a estos pueblos que sufren el abandono de los que creen que la 
juventud es algo urbano. Una vejez que va arando los campos y las facciones de la cara 
con esas arrugas que fascinan al fotógrafo, y que le dan a su obra un relieve imposible de 
conseguir en los rostros tratados con los artificios y los afeites que pretenden negar el paso 
del tiempo. Como si eso fuera posible... Como si el hombre pudiera huir de sí mismo, 
porque somos el tiempo que hemos vivido. Y como escribió Caballero Bonald, el tiempo 
que nos queda por vivir, y que aquí se adivina en el ciclo de la lluvia, en la contemplación 
del paisaje y en la relación con el paisanaje. 

Pueblos de campo y de luto, de fe cimentada en la piedra que pisan los afanes de cada 
día, o que se alza en forma de templo que recoge las oraciones de los que saben dónde 
está el lugar exacto para encomendarse a Dios. Bastones para apoyarse cuando el camino 
se hace largo y duro. La espera se adivina en esa manera de sentarse en un banco, en 
esa forma de pedir limosna en la puerta de una iglesia o de una catedral, en esas manos 
extendidas al futuro. 

Y al final de todo, el cementerio que puede ser el escenario de un juego infantil que le 
ponga sordina y contrapunto a la ceniza de la muerte. Todas las edades están en esa foto 
de la niña que salta sobre el miedo que aún no siente. O en el rosario de quien reza con 
esa convicción que da la repetición del avemaria como un mantra. Porque el tiempo no 
se agota para nadie, por muchos años que haya vivido. De este axioma podemos sacar la 
razón primera y última de la serenidad que alumbra los rostros de los personajes que Za¬ 
mora elige para sacarlos del anonimato, de la corriente que Heráclito veía en el río donde 
no podemos bañarnos dos veces. 


55 


EL TIEMPO SIN TIEMPO 


En estos pueblos de la España profunda está ese elemento, ese valor, ese concepto que no 
casa con el relativista de una época entregada al antojo y al cambio continuo. En esos pue¬ 
blos está la verdad. Una verdad tímida, una verdad sin aristas, una verdad sencilla y noble 
como las gentes que habitan esas aldeas sin relojes, esas casas ajenas a las prisas, esas plazas 
donde los días se abren con la solemnidad del bronce y de la campana, con el rigor del luto 
y el silencio. Zamora es un enamorado de la España profunda, que en justa corresponden¬ 
cia le ofrece lo mejor que tiene: esa forma humilde y auténtica de la belleza que se funde y 
se confunde con la verdad. Por los siglos de los siglos. Click y amén. 


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OTRAS FOTOGRAFÍAS 



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índice de fotografías 

págs 


2-3 

Torreblanca (Sevilla) 

52 

Helechosa de los Montes (Badajoz) 

10 

Cepeda (Salamanca) 

57 

Cazalla de la Sierra (Sevilla) 

13 

San Pedro de Cardeña (Burgos) 

58 

Cazalla de la Sierra (Sevilla) 

14 

Loja (Granada) 

59 

Minas de Cala (Huelva) 

24 

Vlllarrín de Campos (Zamora) 

60 

Campo de Criptana (Ciudad Real) 

25 

Torreblanca (Sevilla) 

61 

Casabermeja (Málaga) 

26 

Sevilla 

62 

Ochagavía (Navarra) 

27 

Puente Genll (Córdoba) 

63 

Ochagavía (Navarra) 

28 

Sevilla 

64 

Sanlúcar la Mayor (Sevilla) 

29 

Sevilla 

65 

Castilblanco de los Arroyos (Sevilla) 

30 

Vlllarrín de Campos (Zamora) 

66 

Arcos de la Frontera (Cádiz) 

31 

El Rocío (Huelva) 

67 

Salteras (Sevilla) 

32 

Camón de los Céspedes (Sevilla) 

68 

La Alberca (Salamanca) 

33 

Vlllamanrique de la Condesa (Sevilla) 

69 

Garganta la Olla (Cáceres) 

34 

El Rocío (Huelva) 

70 

Sevilla 

35 

El Rocío (Huelva) 

71 

Trigueros (Huelva) 

36 

Sevilla 

72 

Sevilla 

37 

El Cerro de Andévalo (Huelva) 

73 

Cantillana (Sevilla) 

38 

Sevilla 

74 

Cantillana (Sevilla) 

42 

Sevilla 

75 

Cantillana (Sevilla) 

43 

Casabermeja (Málaga) 

76-77 

Palazuelo de Sayago (Zamora) 

44 

San Bartolomé de Pinares (Ávila) 

78 

Cantillana (Sevilla) 

45 

El Rocío (Huelva). Foto elegida por 

79 

Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) 


National Geographic como Photo of the day 

80 

Palencia 

46-47 

San Bartolomé de Pinares (Ávila) 

81 

Villarrín de Campos (Zamora) 


Foto premiada por National Geographic 

82 

Ochagavía (Navarra) 

48 

San Bartolomé de Pinares (Ávila) 

83 

Calatañazor (Soria) 

49 

El Rocío (Huelva). Foto elegida por 

84 

Villanueva del Ariscal (Sevilla) 


National Geographic como Photo of the day 

85 

Sevilla 

50 

Santiago de Compostela (A Coruña) 

86 

Toro (Zamora) 

51 

Cádiz 




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José Antonio Zamora. Fotografía de Francisco Robles. 







José Antonio Zamora Moya 

Sevilla. Diciembre 1 958 

Se inició en la fotografía en 1 984. Tiene publicados varios libros: 

Semana Santa en Sevilla, con Javier Comas y Manuel Lovillo. Editorial Algaida (Grupo Anaya) 
Momentos. Semana Santa de Sevilla. Editorial Algaida (Grupo Anaya) 

Vivencias. La Romería del Rocío. Editorial Algaida (Grupo Anaya) 

Pasiones. Semana Santa en Sevilla. Editorial Algaida (Grupo Anaya) 

Miradas. Semana Santa en Sevilla, con textos de Francisco Robles. Editorial Algaida (Grupo Anaya) 
Sevilla. Monumental y Turística, con textos de Carlos Colón. Editorial Everest. 

De tapa en tapa por Sevilla, con textos de José Antonio Garmendia. Editorial Everest. 

Costa de la Luz. Editorial Everest. 

Sus fotos han ¡lustrado también: 

El Cossío. Editorial Espasa, 

Historia Universal del Arte. Editorial Espasa. 

Joselito, el rey de los toreros. Editorial Espasa. 

Volver a Sevilla. Editorial Anaya. 

Sevilla Universal. Expo 92/Editorial Algaida. 

Guía Oficial Expo 92. 

Ha obtenido premios del Ministerio de Cultura, Junta de Andalucía, Ayuntamiento de Málaga, 
Ayuntamiento de Sevilla, Ayuntamiento de Gandía, Kodak, Nikon, Agfa, Rutas del Mundo. 

Premio de fotografía Ciudad de Málaga. 

Premio de fotoperiodismo Jesús Martín Cartaya. 

Es autor del cartel oficial de la Semana Santa de Sevilla de 1 989. 

Colabora con varias agencias y ha realizado fotografías para EA Sports, Sony, Scania, Rente, 
Reebok, Cajasol, liga ACB de baloncesto, Selección Española de baloncesto, Gigantes del Basket. 
Don Balón, Futura, Marco Polo. 

Ha publicado sus fotos en National Geographic y diversos diarios y revistas nacionales e internacio¬ 
nales. Fotos suyas han sido seleccionadas por National Geographic como Photo of the Day. 
Premiado por National Geographic en el Travel Photographer of the Year 201 9. 


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El tiempo sin tiempo de José Antonio Zamora 
se terminó de imprimir el día diez de junio 


de dos mil veinte en Sevilla 



[...] El tiempo en fotografía es un 
clic, es un instante, pero en ese 
instante está todo. Como decía 
Cartier-Bresson, el instante decisivo. 
Cuando aprietas el botón, una cosa 
que sucede en la línea del tiempo 
se puede quedar congelada en ese 
punto. Congelada y detenida para 
siempre. Puede volver a pasar, 
pero ya no será igual. Será otro 
suceso, otra cosa. El fotógrafo tiene 
la capacidad de decidir cuál es el 
momento de ordenarlo a su gusto. 
En ese momento eres un creador. 
Ahí está la clave artística de la 
fotografía: más que hacer una foto, 
la creas. 




3 £ * 

UJT/CICUS 


Centro <!■' Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla